Hoy ha estado rondando por mi cabeza esta frase de Jesús en la que nos invita a perdonar hasta setenta veces siente. ¿Masoquismo? No creo. ¿Compasión? Tampoco. ¿Libertad? Si.
Siempre he creído y defendido que el mayor beneficiado del perdón es aquel que tiene que perdonar y mucho más que el que tiene que ser perdonado.
El que tiene que perdonar vive siempre con el resentimiento dentro de la cabeza. Carga con situaciones vividas que forman parte del pasado, pero que por cargar con ella, son un fardo muy pesado de llevar en la vida. De hecho le damos vueltas a la cabeza una y otra vez sobre las ofensas recibidas de tal manera que somos incapaces de vivir el presente de forma plena y, es más, dejamos de ser nosotros mismos para vivir condicionados por la ofensa y por aquel que nos ha ofendido.
Setenta veces siete es la señal de la libertad, de que uno controla su vida emocional, de que es congruente con su valores y creencias delante de quien sea y de que uno es libre ante las diferentes circunstancias en las que puede encontrarse. Y el perdón es tan sólo ante las personas, también lo es ante las situaciones de la vida y ante la vida misma. Es un estilo de vida.
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