Erase una vez una población que había sufrido una gran inundación. Uno de sus habitantes estaba en el techo esperando salvarse de la crecida del agua. Como el agua subía no tuvo más remedio que subir hasta la parte alta de su casa: la terraza. Pasaron por allí miembros de la Cruz Roja que le invitaron a subirse a una lancha de rescate, pero el hombre con una fe increíble en Dios desistió porque tenía la seguridad de que Dios le salvaría.
El tiempo no paraba y las guas seguían creciendo cuando pasó Protección Civil con otra lancha que le invitó nuevamente a subirse, pero una vez más la fe profunda y arraigada que éste hombre tenía en Dios hizo que desistiera ante tan amable invitación.
Ya por último pasaron fuerzas del ejército que ante la inminente catástrofe que se le venía al hombre encima le urgió una y otra vez que subiera a su lancha, a lo que el hombre una vez más hizo alarde de fe, de confianza y de optimismo. Desistió una vez más y poco después las aguas se lo tragaron. Una vez en el cielo le echó en cara a Dios el no haberle ayudado a lo que Dios son una mirada llena de cariño le dijo: “pero si te envié tres lanchas y las tres las rechazaste”.
Nuestra vida puede estar llena de anécdotas en las que se pone en entredicho nuestra capacidad de escucha. Nuestras creencias, miedos, seguridades o inseguridades, nuestros valores, nuestros sentimientos más nobles o incluso los más vulnerables, aquellos en los que nos sentimos fuertes o aquellos en los que nos sentimos heridos…. Situaciones personales y de la vida que pueden servir de obstáculo, de paño, de pared o de velo para escuchar los diferentes mensajes de las personas, de la vida, de la naturaleza, de las circunstancias.
No hay nada como la libertad para poder sentir lo que uno es y para pode apreciar la vida y los demás tal y como son, indiferentemente de todo tipo de creencias , sentimientos o valores que se puedan mover dentro de uno mismo. Todo es cuestión de saber escuchar y apreciar todo lo que la vida trae dentro de nosotros o de la vida en sí.
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