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Mientras oraba antes de acostarse, un niño pidió con devoción: “Señor esta noche te pido algo especial: conviérteme en un televisor. Quisiera ocupar su lugar. Quisiera vivir lo que vive la tele de mi casa. Es decir, tener un cuarto especial para mí y reunir a todos los miembros de la familia a mí alrededor.”
“Ser tomado en cuenta en serio cuando hablo. Convertirme en el centro de atención y ser aquel al que todos quieren escuchar sin interrumpirlo ni cuestionarlo. Quisiera sentir el cuidado especial que recibe la tele cuando no funciona.”
“Y tener la compañía de mi papá cuando llega a casa, aunque esté cansado del trabajo. Y que mi mamá me busque cuando esté sola y aburrida, en lugar de ignorarme. Y que mis hermanos se peleen por estar conmigo.”
“Y que pueda divertirlos a todos, aunque a veces no les diga nada. Quisiera vivir la sensación de que lo dejen todo por pasar unos momentos a mi lado.”
“Señor, no te pido mucho. Sólo vivir lo que vive cualquier televisor”
En muchos casos
prestamos más atención
y nos preocupamos de las cosas materiales
que a un ser humano
en especial a nuestros hijos,
no dejemos de lado a quienes nos necesitan.
“La culpa es de la vaca”
pag. 47, 48
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