Érase un hombre, dijo el Maestro, con un ombligo de oro que le ocasionaba constantes apuros, porque, siempre que se bañaba, era objeto de toda clase de bromas.
El hombre no hacía más que pedirle a Dios que le quitara aquel ombligo.
Por fin, una noche soñó que un ángel se lo desenroscaba y lo dejaba encima de la mesa, tras de lo cual se esfumó.
Al despertar por la mañana, comprobó que el sueño había sido real: allí, sobre la mesa,
estaba el brillante ombligo de oro.
Entusiasmado, se levantó de un salto... ¡y el culo se le desprendió y cayó al suelo!»
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