Esta mañana hemos salido a pasear. Estuvimos un rato por la orilla del mar en una zona de piedras. En medio de las muchas piedras que había de color un tanto grisáceo hubo una que llamó mi atención: destacaba su color, era diferente al resto y llamaba mi atención. Me quedé un rato observándola e intentando hacer una correlación con lo que pasa en la vida: luchamos muchas veces por integrarnos, por ser parte del monocolor de la vida y sentirnos parte de ese grupo que nos acepte tal y como somos teniendo que renunciar muchas veces a lo que nos hace ser diferentes.
Pensé por un momento en lo importantes que es ser diferente aún a pesar de todas las consecuencias que muchas veces puede tener, como es la no aceptación.
Una piedra marca la diferencia entre otras, destaca y le da vida al cuadro que estás observando. Rápidamente me vino a la mente la frase de Jesús de que "somos sal y luz de la tierra" y de que si nosotros no salamos el mundo, ¿quién lo salará?
Recuerdo que en cierta ocasión oí hablar a una persona que no puedes echarle toda la sal que quieras a la comida, podrías echarla a perder. La sal para que le sabor a la comida es limitada. En su justa medida da sabor a la comida.
Nuestras diferencias y nuestras maneras de ser que no cuadran para otros tienen su sentido. Le añaden vida a nuestras relaciones, trabajos, sociedades. Ser diferentes puede ser, y de hecho es, un valor añadido. Hoy, a nivel laboral, ya no se busca a cualquiera sino al que tiene un talento que destaca, al que tiene un equilibrio emocional que hace que se integre en el grupo y aporte.
Para mi ha sido un buen encuentro con esta foto porque lo que nos hace diferente de los demás da un valor añadido a nuestra vida, hace que le demos un sabor determinado y diferente. Y desde ese ser diferentes solo tenemos que pensar, ¿qué aportamos con ello a los demás y a la vida además de aportar mucho a la nuestra propia?
Ser diferentes es una bendición.
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