Un día un sueño se decidió germinar y salir a la luz del sol. Con tan solo dar el primer bostezo se encontró con un impedimento; la tierra. Esta no estaba muy húmeda y le costó abrirse paso hacia la superficie, cosa que logró luego de todo un día de lucha. Una vez que consiguió escaparse de las profundidades se encontró con que no había sol, todo estaba muy oscuro. Sólo una débil luna y unas cuantas estrellas iluminaban el cielo. Pero para su sorpresa un suave rocío lo empezó a refrescar dándole descanso y frescura.
Luego de unas horas empezó a divisar los primeros rayos del sol naciente. Pero para su sorpresa no era el único que crecía por allí, había muchas plantas muy grandes a su alrededor que también se despertaban y al erguirse le quitaban luz. Pero como el sol es bondadoso se posicionó bien en lo alto para darle luz a todos. Y así día a día el sueño iba creciendo, luchando contra otras plantas, insectos dañinos y animales angurrientos que se lo querían comer. Pero no pasó mucho tiempo sin que tomase un tamaño considerable, ya tenía sus raíces fuertes y profundas en la tierra. Pero surgió un problema, empezó a sentir una sensación extraña, le faltaban fuerzas. Prontamente se dio cuenta de que necesitaba de la lluvia para poder seguir adelante. Quiso el destino o quien sabe quién que caiga un suave y refrescante aguacero de verano.
Y así los días transcurrieron, se hizo grande, dio flores y luego los mejores frutos de la zona. Los chicos de la zona venían hacia el para comer de su deliciosa fruta. Y así permaneció para siempre y mientras el sol, la lluvia y la tierra permanezcan y lo más importante, mientras haya alguien que quiera comer de su delicioso fruto resultado de su enorme esfuerzo existirá.
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