“Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo adulta. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnifica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
El águila miraba asombrada hacia arriba. - ¿Qué es eso?, preguntó a una gallina vieja que estaba junto a ella.
- Es el águila, la reina de las aves -respondió la gallina- Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes a ella
De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y vivió y murió creyendo que era una gallina de corral”.
El poder de las creencias nos libera o nos ata. Es el poder que tienen sobre nosotros. Pero de lo que no somos conscientes muchas veces es que nosotros tenemos el poder de transformar las creencias si controlamos lo que pensamos y aquellas ideas o creencias que queremos desarrollar en nuestra vida. Al final, como diría Henry Ford, tanto si creemos como no, estamos en lo cierto, pues viviremos de acuerdo con aquello con lo que pensamos.
¿Somos conscientes de nuestras creencias? ¿Nos limitan? ¿Nos ayudan a crecer? ¿Nos mantienen donde estamos? ¿Nos conducen por nuevos caminos?
Lo más bonito es despertar la esencia de lo que somos y de lo que podemos llegar a desarrollar en nosotros sin que nadie nos frenen a vivir nuestra propia vida y esencia.
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