No es fácil vivir los procesos de cambio. Experimentamos una serie de vértigo que nos marea y nos produce escalofríos. Es fácil caer en procesos de ansiedad, actitudes de enfado y hacer que metamos la pata en más de una ocasión y que, por falta de visión, paciencia y de actitud, arrojemos la toalla de una manera fácil.
En momentos de cambio hay imágenes que se nos pegan en la mente y hacen que caminemos con una losa tras nuestras espaldas. Unas veces es por aferrarnos a lo que hemos dejado atrás y otras porque lo que deseamos no llega, o no llega tal y como nosotros lo deseábamos.
También ocurre que el camino hasta conseguir lo que deseamos requiere una serie de cambios, adaptaciones y de tener que amoldarnos a ciertas circunstancias nuevas para nosotros. Todos estos cambios resultan duros, no porque lo sean sino porque nosotros así lo hacemos.
La actitud del pintor que no enseña su cuadro hasta que no está listo para ser expuesto nos recuerda que aún siendo el mejor pintor cada pincelada es parte de un proceso que no será entendido hasta el momento final. Valorar hacia donde vamos por los resultados que obtenemos cada momento quizás no sea la mejor actitud. Cada paso tiene sentido en sí mismo, pero lo tiene mucho más profundo si lo miramos desde varias perspectivas, desde la de donde estamos, desde la que venimos, desde la de hacia donde vamos y sobre todo desde la que aprendemos en cada paso.
El propio nacimiento de un ser humano es un proceso, a veces placentero y otras no tanto. Pero visto desde la perspectiva final el sentido hace que cada momento tenga un significado especial. Y así es la vida, procesos que a veces son más duros y otras que son más placenteros pero que esconden mucha vida en si misma.
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