Quizás sea una de las tentaciones más antiguas que existen sobre la tierra. A nivel bíblico fue la primera y la que separó al ser humano del Edén de la vida feliz que tenía. No hay nada como aceptarse uno a si mismo como es y pulir el diamante en bruto que somos.
Adán y Eva no se aceptaban como eran y querían ser como "Dios". Da igual que quisieran ser como "Dios" o como "otro". Simplemente no se sentían satisfechos de ser ellos mismos. ¿Resultado? La libertad que tenían la perdieron y comenzaron a esconder aquello que repudiaban o no aceptaban de si mismos con la simbólica hoja de parra o de esconderse detrás de los arbustos para que Dios no los viese.
Nosotros también tenemos esos momentos en los que nos escondemos de unos o de otros. En el fondo no queremos que salga a la luz aquello que no nos gusta de nosotros mismos. Solemos dar una imagen que guste a los demás porque queremos sentirnos aceptados y arropados. En cierto modo tenemos miedo a nosotros mismos y a nuestra propia soledad.
No hay nada como degustar la esencia de lo que somos y disfrutar de ello. Casualmente le oía hoy a una señora decirle a otra cuando justo pasaba por delante de ellas: "En la vida no nos queda otra que reírnos de nosotros mismos". La verdad es que sí. Cuando te amas, aceptas y gustas a ti mismo tal y como eres, te ríes hasta de tus propias limitaciones.
No podemos intentar ser felices queriendo ser diferentes a como somos. Somos lo que somos y a partir de ahí seremos felices puliendo lo que hay dentro de nosotros. Al pulirlo notaremos que al ser diferentes a otros aportamos lo que otros no pueden aportar. El lo grande que hay dentro de cada ser humano.
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