¿Has experimentado alguna vez en tu vida lo que es el orgullo? Ciertamente es como ese albañil que construye muros entre uno mismo y el mundo o las personas que no valora. Pero lo cierto que la vida es una vida de interelaciones entre seres humanos y vemos que a medida que nuestro orgullo crece también lo hace el muro interior que se defiende de cualquier ataque externo. ¿Curioso, verdad? ¡Tan real como la vida!
"Perro que ladra no muerde", dice la expresión popular. ¿Tal vez querrá defenderse? ¡Vete tu a saber! Pero lo que si es cierto es que detrás del orgullo se esconden infinidad de sentimientos íntimos y personales a los que tenemos miedo mirar, enfrentarnos y convivir con ellos y mucho más vivir de forma natural a expensas de que la gente los descubra.
¿Es el orgullo una batalla contra otros o más bien una guerra contra uno mismo? ¿Es una actitud de prepotencia o más bien de miedo y cobardía hacia si mismo? Si la prepotencia y el orgullo nos hace fuertes un día, la humildad nos hace fuertes para siempre y más que nada porque la humildad te hace ver hacia dentro y no hacia lo que viene de fuera. La humildad hace que te aceptes y te reconozcas tal y como eres y no que huyas de ti mismo amparándote en lo que no te gusta, no aceptas y desprecias de los demás.
La humildad es lo que permite que vivas a bien contigo mismo y que vivas a bien con los demás, porque te aceptas como eres y no dependes ni de lo que los otros digan y piensen de ti, ni si te aceptan o no como persona, porque en el silencio te encuentras contigo mismo y eres capaz de aceptar el presente de lo que tu eres; sí, el regalo que lo que tú como persona eres.
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