No es fácil aprender en todos los momentos difíciles de la vida. Tal vez ensimismados por aquello que perdimos o por aquello que no acaba de llegar nos perdemos algo muy importante: "el presente", por un lado, y "lo que aprendemos de esa situación", por el otro.
El presente, de por sí y como su nombre indica, ya es un regalo, un regalo a veces sorpresa que valoramos de acuerdo con nuestras expectativas por no en cuanto lo que es. Y es precisamente "lo que es", muchas veces diferente a lo que queremos que sea, lo que nos sorprende y nos invita a vivir situaciones distintas de las cuales podemos aprender siempre y cuando estemos abiertos a ellas. Encerrarnos en el pasado o en lo que queremos que pase nos cierra precisamente a valorar lo que es diferente.
Si echamos una vista atrás en nuestras vidas, ¿cuántas cosas hemos aprendido de casualidad y sin tenerlas programadas? Cantidad de ellas. La vida es una sorpresa que nos da lo que queremos y buscamos, pero también lo que desconocemos.
Y de las frustraciones, generalmente valoradas mucho tiempo después, aprendemos a liberarnos de cantidad de dependencias que nos tienen amarrados a puertos seguros y de un área de comodidad que nos impiden avanzar y crecer.
Imagina por un momento un cambio de casa, una reforma que hay que hacer. ¿Cuántas cosas tenemos almacenadas que apenas utilizamos y que ocupan lugar y nos hacen la vida más incomoda? No queremos desprendernos de ellas y hacemos que ellas sean una carga para nosotros. Pero son situaciones limites las que nos hacen tomar decisiones cuando no queremos tomarlas y que a lo largo del tiempo vemos que sí han sido positivas. ¿Qué pasaría si la hubiéramos hecho antes? Tal vez nuestro proceso de crecimiento sería mucho más efectivo en nuestra vida.
Es dejando lastre como caminamos más livianos por la vida y como podemos estar abiertos a neuvas experiencias y enriquecernos de ellas.
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