Una de las mejores experiencias que tanto tu como yo habremos tenido en la vida es cuando recibimos el halago y la felicitación de alguien por algo que hemos hecho bien en la vida. ¿Que sentimos? Dejando la falsa humildad a un lado hay que decir que nos sentimos bien. La autoestima se nos sube y parece que la vida va alcanzando un mayor sentido.Es como si nuestra función en la vida tuviera muchas más importancia. No es sólo porque nos dicen lo bien que lo hacemos o lo bien que llegamos a otros, sino porque nuestra vida tiene sentido en cuánto nos sentimos útiles hacia los demás y en cuanto que vemos que aportamos a la vida algo que ayuda y beneficia a otros.
Es ahí que cuando nos felicitan y halagan aprendemos que la mejor forma de amar no es dar de lo que tenemos sino ayudar a descubrir al otro, a través de nuestros halagos, lo bueno que es y lo mucho que aporta a nuestras vidas. Es como si no le diéramos pescado y sí, en cambio, le enseñáramos a pescar.
Un buen ejercicio sería ese, el de observar donde quiera que estemos, lo bueno y gratificante que hacen y aportan a los demás a nuestras vidas. En este sentido admiro a mi hija de nueve años que no se cansa de agradecer cantidad de detalles pequeños que va observando en los demás. Es una manera de amar, de reconocer al otro y de hacer que se entusiasme en lo bueno en vez de estar anclado en lo malo y en las limitaciones.
Utilizar las "gracias", admirarse de "lo bueno", elogiar los detalles y otros tantas cosas de la vida diaria en los demás es otra manera de hacer crecer a los que nos rodean, y lo bueno que lo hacemos con educación, sin que ellos sean conscientes y sin imponer nada, pues lo que elogiamos es lo que de forma natural brota desde la misma vida de la otra persona.
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