Una de mis experiencias más agradables fue la posibilidad de vivir fuera de mi propio país. La primera vez lo hice en Londres, por espacio de tan solo dos meses. Un año más tarde me fui a estudiar a Chicago por espacio de cuatro años. Fue en Chicago donde, conocida como la "melting pot", ciudad en la que se encontraban y entremezclaban infinidad de pueblos y culturas tuve la gran oportunidad de ver que la vida tiene muchos colores diferentes, muchas variantes y muchos aspectos diferentes de la única verdad que todos buscamos.
Por lo que a mi respecta me tocó vivir y trabajar entre negros, polacos, mexicanos, centro americanos y puertoriqueños, además de otras minorías. Es cierto que cuando estás fuera de tu tierra valoras todo aquello que has dejado atrás, pero también es cierto que aprendes a reconocer cosas y formas de vida diferentes que, en un principio, te extrañan pero que a la larga tienen sentido y las vas encajando en el enorme puzzle de la vida.
Tal vez la primera reacción que solemos tener es una de defensa, mecanismo natural en todos nosotros. Pero la vida nos abre a lo nuevo cuando tenemos disposición y actitud de aprender de lo nuevo por muy extraño que parezca.
No estaría del nada mal el preguntarnos que cosas hemos aprendido de los demás. Es una manera de reconocer de que existe alguien a nuestro lado que nos aporta y nos enriquece. Reconocer que ha habido personas o culturas a lo largo de nuestro recorrido por la vida es no dejarlas pasar simplemente de largo, sino aprovechar toda la riqueza que tienen en sí.
Hoy tenemos infinidad de posibilidades de conocer los usos y costumbres, las formas de vivir y de estar en la vida de muchas personas y culturas pero, ¿realmente nos han llegado a enriquecer o seguimos encerrados en nuestras formas de ver y de pensar?
Uno de los valores más importantes que me han aportado es que debido a la cantidad de riqueza que hay en todos, no hay nada como saber relativizar y no absolutizar las cosas.
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