Hemos sido educados en un mundo en el que teníamos que decir SI en casi todas las ocasiones. Era como un símbolo de la disponibilidad, generosidad, apertura y de tener en cuenta al otro. Incluso se nos inculcaba poner al otro por encima de todo, una manera de entender el amor.
El NO era algo más bien insultante. Era, precisamente, todo lo contrario: egoísmo, tacañería, falta de empatía y muchas cosas más. De hecho, si alguien nos dice NO, ¿cómo reaccionamos? Generalmente se produce en nosotros un sentimiento de no reconocimiento, de no sentirnos tenidos en cuenta o incluso de menosprecio. El No produce, por lo general, un sentimiento negativo en nosotros.
La vida está hecha de SI y NO. Si hacemos un recorrido sincero por nuestras vidas y recorremos todas las respuestas afirmativas y negativas que hemos dado en la vida estoy seguro de que hay más de un SI y más de uno del que nos hemos arrepentido y más de un SI y de un NO del cual estamos agradecidos.
Saber decir NO en un momento dado puede ser una respuesta sincera, profunda y sobre todo "de personalidad y de seguridad en uno mismo". Detrás de muchos SI se esconden miedos a no ser aceptados o a ser integrados en un grupo de trabajo o social. NO implica poner por delante unos valores, unas creencias y un sentido ético ante lo que uno cree y piensa de la vida y de sus circunstancias.
El NO dentro del sentido negativo que etimológicamente puede tener conlleva toda una sensación de vida y de reafirmación de la personalidad. ¿Cuantos NO en nuestras vidas nos han llenado y han llenado de vida a otros? Tenemos que aprender a vivir con el NO, pues no deja de ser un SI a la vida y a uno mismo.
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