Cada dia creo que tengo que saber administrar mejor mi tiempo para sacarle más partido a la vida, pero hay un elemento que a veces se cruza por mi mente y que hace que cuestione en cierta medida el hecho de tener que llevar el ritmo de la vida en una agenda:
Durante cuatro años he vivido en la Sierra de Oaxaca, México en pelno sector indigena, donde no existía prácticamente el reloj. La vida empezaba con el sol y acaba con éste. era una vida sencilla, austera, pero cargada de naturalidad y sin grandes expectativas ni grandes sueños.
Cuando regresé a Europa, a España, me encontré con agendas, ritmos de vida acelerados y con ello una cantidad inmensa de gente frustrada, con problemas de ansiedad y con depresiones, al punto que se de decía que stress, ansiedad y depresión era parte de la enfermedad del siglo XX.
Yo echaba vista atrás y éstas enfermedades y ansiedades no formaban parte de culturas en las que no habia agendas ni objetivos de querer ser más.
Hoy, ya lo dije, considero que la agenda debe formar parte de mi vida si quiero rendir más y ser más efectivo pero,
¿Cuál es el coste de esta vida tan acelerada y tan llena de objetivos que nos hemos marcado?
Recuerdo un cuento en el que un rico empresario cuestionaba a un humilde pescador que se iba a casa después de haber capturado la pesca necesaria para el día. Le decía que si pescaba más podría comnprarse una barca, y que si pescaba más un barco, y que si pescaba más un buque de pesca.¿Agenda?; ¡Si!
¿Para qué?, le preguntó el pescador, que llevaba entre sus manos una cesta llena de pescado.
Para que cuando seas mayor, te puedas jubilar y disfrutar de la vida.
Pues a eso iba yo ahorita, respondió el pescador.
¿Objetivos? ¡Si!
¿Vivir y disfrutar la vida? ¡Si! pero que ocupe un buen espacio en la agenda
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